miércoles, 9 de noviembre de 2016

LO QUE CONTÓ LA MUJER CANALLA


Lana Yau y Alberto Hernandez en la Filuc 2016. Fotografía de Alberto H. Cobo


Estimados amigos

Hoy tenemos el gusto de compartir con ustedes el texto de presentación de nuestro amigo Alberto Hernández del libro de Lana Yau. La actividad de presentación fue realizada en la pasada Feria del Libro de la Universidad de Carabobo FILUC 2016.

Deseamos disfruten de la entrada.

******* 


Alberto Hernández


1.-

Leer a Lena Yau es como cruzar un puente.

Como cruzar un océano o muchos mares. Desviar las tantas rutas para llegar a tierra firme, la tierra donde siguen sus huellas.

Lena Yau es un viaje permanente. Va de Europa a América. De América a Europa. De la Península Ibérica a las Islas Canarias. De las Islas Canarias a Francia. De Francia a Estados Unidos. De Praga a Madrid. Viaja y sueña.

De un sueño a otro. Pero siempre llega a su casa. Y así sus palabras.

Esta vez lo hace en un antiguo barco. Esta vez marca con un estilete la madera antigua de las cuadernas de un barco imaginado, el mismo barco ebrio de todos los poetas.

Esta vez navega desde una “Poética de carta y oficio” en la que abre siete puertas para seguir escribiendo.

Leer a Lena Yau, sus dos libros anteriores dados en mis manos: “Hormigas en la lengua” y “Trae tu espalda para hacer mi mesa”, ambos unidos en una suerte de revelación que se vierte novela y poesía, poesía y novela, ficción, realidad y metaficción, los sueños concurrentes, la alternancia de segmentos donde la mujer se despoja de todo adorno y se hace niña de nuevo y nos convida a hacer de su hacendoso afán el sabor de la vida, pero también el de los tropiezos.

Una escritura sinestésica donde participan todos los sentidos y se combinan. Que cambia de sitio y a veces de tono para ambientarse al espacio donde respira. Por eso viaja, es tornadiza en la medida de hacerse prosa o verso, silencio o verbalización del mismo silencio.
Un referente que hace que quien escriba sobre su obra, escriba como ella, en fragmentos, en alientos entrecortados, en largas respiraciones bajo el agua.

2.-

Ahora, leer a Lena Yau en este nuevo libro, “Lo que contó la mujer canalla”, publicado por Kalathos Editor, Caracas 2016, significa retornar a esos sueños, a esos viajes que nos hacen saber del interior de un barco cuyas cuadernas nos guían sobre el mar que agita nuestra curiosidad y ganas de sabernos parte de esa aventura.

Pues bien. El viaje comienza. El mareo es un añadido en tanto que las imágenes nos conducen a ser otros en medio de ese océano que tantas veces hemos cruzado con ella y en ella. Por aire, por mar y hasta a través de la prolongación terrestre de la península ibérica hasta las costas de Araya o Chichiriviche.

Y para arribar a este lado del mundo, Lena Yau ha creado tres estaciones: “Los que escriben todos mis nombres, “Cartapacio del regreso” y “Lo que contó la mujer canalla”. En el primero nos hallamos con dos Cuadernas, códigos que seguirán cinco en la segunda estación y una Cuaderna maestra en la última. De modo que podríamos decir de marcas de identidad que nos llevan a saber el significado de la travesía.

3.-

El viaje comienza con “Hacer un barco, hinchar los ijares, arrancar una a una las cuadernas” y prever “la salina insular” y la “salina peninsular”. Señas que nos dicen de una salida y un arribo. De una costa a otra. De una isla, guiño frecuente en este libro, y de una península ocupada por quien añora la orilla de este lado, del lado caribe, del lado del nacimiento. Asoma ya el color local, la presencia de quien detalla la diáspora, el viaje sin retorno de algunos, la del destierro, el exilio y la emigración de otros algunos. En esa carta, embargada por la prosa y unos versos inesperados, la autora se mira en un paisaje, lo recrea y se llega hasta él en las páginas que no abandona para después trazar la ruta sobre ellas: el poema que habrá de concitar una lectura.

4.-

“Anoche tocó la puerta un tornado de letras
(…)
Las letras formaban palabras
(…)
Se transformó en un hilo muy largo de palabras

enuntextosinpausasinespaciossinpuntosincomas”.

Hilo de Ariadna, hilo de navegación verbal, sin solución de continuidad. Hilo para tejer el libro, esta bitácora en la que los poemas, el hijo, las hormonas, la distancia, el mar, el horizonte, la costa, voces que no dejan de estar en quien se sabe lejos y tiene en las palabras la mejor brújula para llegar a tierra propia.

Dice la voz de este libro:

“A algunos no nos pertenecen los mares.

Es la penitencia, quizás, por abandonar la cuna”.

Y sin dejar de leer con los sobresaltos del mar, afincamos la atención en versos que nos siguen guiando por el tema del poemario:

“una falta de geografía”, “Pisar huellas añejas, “Volver sobre uno mismo”, “Saberse instante y fuga”, “Regresar para completar”, “Nos abrazamos a pedazos”.

Este destierro, esta fuerza vital que aleja la memoria y la convierte en un álbum de sueños, me hace traer a colación al viejo judío de Joseph Roth en su novela “Job”. Aquel viejo Mendel Singer que no quería abandonar su amada Rusia, que no quería dejar a su deforme hijo Menuchim, impedido de hablar y caminar, impedido de ser, impedido de entrar en tierra extraña, pero que había sido predestinado por el milagro de ser bondadoso en el futuro, sabio en la esperanza ofrecida por un rabino a su madre Deborah. Pues, aquí están esas marcas. Las del destierro, las de haberse ido. Las de estar y no estar. Las de tener tierra bajo los pies, pero no la tierra, la tierra que se nombra con todas sus vocales.


Lana Yau  en la Filuc 2016. Fotografía de Alberto H. Cobo


5.-

“A veces lees un poeta/ y nace un pájaro en tu boca”,

Nos dice Lena Yau. Y con este texto comienza la Cuaderna II con Mark Twain. Y con él

“…me lanzo al mar/ me disuelvo”. Y yo afirmo, se disuelve en una isla, en las tantas que ha tocado con sus pies y sus sueños.

Sigue el curso en la página: “La isla con islas / me reconoce y me guarda. / Espera paciente / a que me haga en su aire. / Se sabe mi último sitio”.

Pareciera otro destino, suerte de testamento viajero.

Y entonces nombra, se ajusta al olor de la sal de Araya, península de sal.

La Cuaderna III subtitula: “Para el tiempo y la ciudad se borra llevándose con ella mis nombres”.

Desde esta manera de leer este libro, me afirmo: los nombres viajan, se hacen y deshacen. Ahora se construyen en una valija. Son aguardadas y se hacen

“Palabras que son equipajes en los ojos (…) las maletas contadas pesan menos”.

Y al llegar al lugar de origen: “dejar de ver la cuna como bruma/ como incendio/ como isla que se aleja de mi nado”.

En la Cuaderna IV: “El único verde imprescindible es la montaña”. Y aparecen Caracas y el Ávila (me resulta cantada por Ilan Chester o por algún viejo cantor popular de los tiempos de Enrique Bernardo Núñez, pero sólo es un empeño riesgoso de mi yo lector).

6.-

Un poema que confirma todo lo anterior se da cita en “Destierro”:
“Escuchar que las puertas de un coche se cierran cuatro veces. / (no son tus visitas)”

(…)

Esos ojos los descubrí cuando trazaron una línea sobre la tierra. // Lástima, pensé.”

Para hacerle lugar a la Cuaderna V: “ese extraño bilingüismo que abarca tanto”.

Y así abrirle paso a los tantos recados verbales que apremian al viajero:

En París / a la sombra de la torre / hice cama en el césped// En Zúrich / muy cerca del lago / puse la mesa. // En Caracas / soy pasto de las hormigas// La montaña sigue muda” (Pícnic).

La voz se hace dura, dolorosa. En el afuera, la vida. En el adentro del país de nacer, la tragedia.

El ojo de Lena Yau adquiere otro visor. La ciudad ya no es la misma, siendo la misma en la memoria, pero

“El abandono convertido en horror en helicoide”.

Y ya no es posible lo que dejó atrás: “Una línea de fuego/ un sitio ocupado”.

El libro se decanta. Se hace otro, la orilla se borra, se convierte en carne carcomida. En levadura del dolor.

7.-

En el no obstante de la costumbre, el lado íntimo, consagrado por un momento:

“Tú que me envías el mar / que usas mis palabras como puente”.
Códigos, señas particulares, marcas interiores. El viaje, la distancia resuelta a través de un pasadizo, el océano: aviones, barcos, barcos sobre todo y la memoria.

En la Cuaderna VI: “En esa novela la montaña es una línea de letras. // Las más triunfal ortografía”.

La boca que habla y la boca que ama. La boca que silencia y la boca que escribe, la que nombra y desdibuja. Y la que viaja:

“abre en dos el agua que somos”: Un diccionario, un abecedario, un cuerpo y el sexo.

8.-

¿Qué quiere decirnos con mujer canalla?

“La mujer canalla se hace horizontal en el espacio…”

“Él me devuelve la ciudad”

“Yo cuento las veces que metí mi lengua en tu boca para borrar desde allí las palabras”.

La palabra canalla devela un cuadro distinto. El significado en desuso, como lo afirma en el epílogo Giovanna Rivero, trata de “muchedumbre de perros”. Pues bien, jauría, la jauría. Yau advierte ese bullicio desde la mirada congregada sobre el polvo que levantan estos días. Estos que quedan, estos que faltan.

¿Y qué hace en estos predios John Kennedy Toole, vaciado en el intertítulo “La conjura de la necia”? Se trata de un juego de paradojas, de un desplazamiento.

Hace mucho, está en el naufragio, en la distancia nuevamente, de la que se desprenden las “Instrucciones apócrifas para recoger un hombre”.

Sueños, mares, los nombres propios del sueño que se revuelven en el regreso y en los diferentes climas de la otra tierra, de la tierra de los otros sabores y olores. Así, Carmen de Uria, Macuto, Chichiriviche de la Costa…el país, el expaís, la ronda del pasado. El mareo del presente.

“Intenté pronunciar Conticinio.

Fracasé”.

Y después, la Cuaderna maestra: (“estas son cosas que te cuenta el hombre que colgó del cielo”)

Aquí cierra Lena Yau. Aquí cierro yo.

Son dos puertas. Su escritura y mi lectura. Cruzamos el puente.



*******







Alberto Hernández

Nació en Calabozo, estado Guárico, el 25 de octubre de 1952. Poeta, narrador y periodista. Se desempeña como secretario de redacción del diario “El Periodiquito” de la ciudad de Maracay, estado Aragua. 

Fundador de la revista literaria Umbra, es miembro del consejo editorial de la revista Poesía de la Universidad de Carabobo y colaborador de publicaciones locales y  extranjeras. Su obra literaria ha sido reconocida en importantes concursos nacionales. En el año 2000 recibió el Premio “Juan Beroes” por toda su obra literaria.

Ha publicado los poemarios La mofa del musgo (1980), Amazonia (1981), Última instancia (1989), Párpado de insolación (1989), Ojos de afuera (1989), Bestias de superficie (1993), Nortes (1994) e Intentos y el exilio (1996). Además ha publicado el ensayo Nueva crítica de teatro venezolano (1981), el libro de cuentos Fragmentos de la misma memoria (1994) y el libro de crónicas Valles de Aragua, la comarca visible (1999).  Recientemente ha publicado «Poética del desatino» y «El sollozo absurdo».



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